jueves, 3 de marzo de 2011

El Fondo Testimonios Zapatistas, del Archivo de la Palabra. (I)

El Fondo Testimonios Zapatistas, del Archivo de la Palabra. (I)

Hace cerca de cuarenta años, los soldados y campesinos pertenecientes al Ejército Libertador del Sur, fueron entrevistados por un grupo de historiadores adscritos al Instituto Nacional de Antropología e Historia. Del trabajo que hicieron se lograron rescatar poco más de 160 entrevistas, realizadas en distintos lugares de lo que había sido territorio zapatista. Los estados Morelos, de México, Puebla, Guerrero y el Distrito Federal son el espacio geográfico donde el zapatismo se desarrolló. En estas entrevistas se encuentran los recuerdos de aquellos revolucionarios que combatieron con las tropas del general Emiliano Zapata, recuerdos recuperados 50 años después de eso que conocemos como Revolución Mexicana. Los zapatistas son originarios de diversos lugares de estos estados. Vivieron situaciones de incorporación a la revolución muy diferentes: unos se incorporaron por secundar los ideales del general Zapata; otros más, porque no tenían más opciones; otros, por la leva, y por ahí hay algunos que se incorporaron debido al maltrato familiar que vivían. De todo hubo entre estos campesinos que mientras se paraba la guerra, se iban a sembrar sus tierras. Un grupo bastante peculiar, como lo comentan revolucionarios de otras facciones. En estos materiales sonoros, podemos apreciar toda la crudeza de la revolución recordada, vivida décadas atrás, pero inolvidable por las promesas incumplidas y porque los dejó igual o peor que antes. Los soldados reviven con nostalgia el pasado porfirista: la economía marchaba mejor, les alcanzaba para comer, aunque no tuvieran libertades políticas. Los integrantes del ejército zapatista, militaron con muchos jefes, todos dependientes del Cuartel General, aceptando el mando militar que en 1911 le dieron al general Zapata. La memoria es traicionera, dicen. Puede ser. Uno rescata del viejo baúl de los recuerdos lo que tiene más color, más significancia. Algunos de los soldados zapatistas estudiaron pocos años, cuando mucho seis. Otros, aprendieron a escribir en la tierra, con la ayuda de sus compañeros que sí sabían. Muchos comenzaron a trabajar muy pequeños, en las haciendas, o ranchos de los que podían contratar peones para trabajar sus tierras. Otros, siendo niños o muy jóvenes, se incorporaron a la revolución, por voluntad o forzados. Muchos de ellos pasaron de un general a otro, a veces por comodidad regional, otras, porque los jefes no eran muy amigables. Muchos se incorporaron por la idea de recuperar sus tierras, pero muchos más, siendo niños, por ver qué pasaba. Con el paso de los años, les gustó echar bala. También, con el paso de los años, vivieron situaciones especiales: el abastecimiento de armas y municiones, la convivencia con los jefes, la organización en guerrillas. Poco a poco, hicieron suyo aquello por lo cuál iban a morir, y muchos murieron: el Plan de Ayala, documento que delinea los ideales del zapatismo. Muchos fueron agarrados para incorporarse con otras facciones, ya sea en el villismo o en el carrancismo, y así, se desarraigaron de tu tierra para conocer otras, unas veces muy lejos, otras no tanto, pero siempre en la nostalgia del pueblo que los vio nacer.

Continuará…

Héctor García Montiel
hegarmon@yahoo.com
3 de marzo de 2011

martes, 1 de marzo de 2011

No más héroes por favor…

No más héroes por favor…

Mi amigo enemigo
De la corrupción
De puro coraje
Ora es senador
Jaime López.


Dicen que cambiaron el y al sistema. Dicen que gracias a ellos la democracia es mayor. Dicen que la izquierda pudo competir civilizadamente en las elecciones, gracias a su intervención. Dicen que nunca había pasado algo así y que nunca pasó después. Dicen que tienen la neta. ¿Quiénes son? Son los jóvenes del ’68. En ese año ellos tendrían entre 14 y 30 años; ahora, tienen cerca de 45 más. Si no cambiaron el sistema, si se integraron en él. Poco después de ese “fatídico” año. Fueron los beneficiarios de la “apertura” echeverrista. Por eso le llamaron “la apertura democrática”. Ellos crearon un mito que se consolido en pocos años. Un mito cuya consigna era no olvidarse, y que sin embargo, ellos dejaron olvidado en el solar de la confort-midad. Ellos, que se organizaban en asambleas democráticas, crecieron laboralmente en la verticalidad del poder. No se atreven a cuestionar el sistema, porque no hay nada que cuestionarle, todo está bien desde que ellos cambiaron el mundo. Y si está mal, no importa, que lo arreglen quienes están involucrados… ellos ya hicieron lo que tenían que hacer. A nosotros, los nacidos durante los siguientes diez años a ese “fatídico” año, nos llamaron la generación x, debido a lo complacientes que nos sentíamos con el mundo que ellos nos heredaron, un mundo bastante confortable. Crecimos con la consigna de no olvidar su movimiento, la reclamábamos como nuestra, aún sin haberla sentido en carne propia, pues nos tocó la desfortuna, de nacer después. Sin embargo, olvidamos la consigna. El referente dejó de significar algo. No por el cambio de las ideologías, experimentado a finales del siglo XX, sino porque nos dimos cuenta, porque los conocimos y los conocemos, que la práctica discursiva de la juventud es sólo eso. No es un ideal. Es un proceso etareo. Si eres joven y rebelde está chido, pero con los años maduras, y la rebeldía, que en los años mozos decían que era un modo de vida, quedó, al igual que la consigna, olvidada. La madurez los llevó por los caminos institucionales: “hay que hacer las cosas por la derecha”. Nunca se dieron cuenta, o a lo mejor sí, de que sí podían cambiar el mundo. Ellos tenían el poder. Pero no lo cambiaron. Lo dejaron igual, nomás que más repartido… entre ellos. Como criticaron tanto al poder, cuando lo tienen no saben como usarlo, ni para qué sirve ni cuánto cuesta. A veces ni siquiera saben que lo tienen. La “apertura democrática” los estandarizó. Se formaron al más viejo estilo priista. Pero no importaba, ya estaban adentro. Y habría que seguir las prácticas de papá gobierno. “No se puede mamar chichi y dar patadas”, decía mi tío Ramón, ingeniero que construyó muchas de las carreteras del estado de Hidalgo. Un priista de hueso colorado. El mundo no cambió, por lo menos no para bien. El mito se difumina con la aceleración del tiempo histórico de las conciencias. Y aparte, ellos siguen enseñando el cobre.


Héctor García Montiel
hegarmon@yahoo.com