miércoles, 23 de abril de 2014

La apatía y la política en los jóvenes.

La apatía y la política en los jóvenes.


Se ha argumentado que los jóvenes son apáticos de la política porque están desencantados de la realidad que se desenvuelve en ese ámbito, de sus protagonistas y de todo lo que gire alrededor de ello. “No me interesa la política”, era la frase de una colega historiadora. También se alega que las instituciones están alejadas de las realidades juveniles, y que no hay programas sociales que los incluyan. Está última afirmación es cierta. Pero la primera es cuestionable. Cierto es que todo lo que gira alrededor de la “política” (así, entrecomillada) desencanta no sólo a los jóvenes, sino a cualquiera. Pagamos impuestos que no se ven reflejados en la calidad de vida de las personas; nuestros supuestos representantes nunca nos consultan una sola de las decisiones que toman; el poder judicial verdaderamente tiene una justicia ciega (no ve a quien le da el chingadazo, como lo demuestra la cantidad de personas inocentes en prisión, por fabricación de delitos, entre otras causas, y por la cantidad de personas que se encuentran, después de muchos años, en espera de sentencia…). Sí, la “política” desencanta a todos. Pero si le quitamos las comillas a la política, entonces entran varios factores y actores sociales que no son ya los que conforman en gobierno. Me refiero a la sociedad civil, organizada o no, a los colectivos, asociaciones, grupos, individuos, que también formamos parte de eso que es la política. De hecho, en teoría, la sociedad civil es el eje a través del cual deberían de estar organizados los otros poderes, y la Constitución así lo manifiesta… pero acá la teoría no sirve de nada. La cosa es que nosotros también somos parte de la política, y por supuesto, del Estado, que no sólo está formado por la múltiples instituciones que día a día ocupamos (escuelas, hospitales, sistemas de transporte, etc.) sino también, de nueva cuenta, por la sociedad civil en su conjunto. La sociedad civil es lo que está fuera del gobierno, pero no fuera del Estado. Si Luis XIV decía que el Estado era él, después la revolución francesa dijo que el Estado era la sociedad civil, y lo demostraron tumbando lo que se llamó Antiguo Régimen. Pero los revolucionarios franceses tenían razón. En última y en primera instancia, las instituciones del Estado deben responder a las necesidades de la sociedad civil; pero la sociedad civil también debe responder a la falta de respuesta de o de los gobiernos que se ocupan de manejar ese Estado. La política entonces se desenvuelve (o debería) en una relación dialógica entre sociedad civil y gobierno. Cuando no se desenvuelve en ese sentido, el Estado se convierte en una Estado dictatorial. Pero puede que el gobierno se imponga sin ser una dictadura, como en el caso de nuestro país. “La dictadura perfecta”, dijo Mario Vargas Llosa del priato, nunca perdido y ahora más vivo que nunca. ¿A qué se debe eso de que en una supuesta democracia se construya una dictadura política? A qué en este país la sociedad civil, la ciudadanía, es mínima. Es decir, la población es mucha, pero aquella conciente de que es parte de la política, es mínima.  Los jóvenes pueden quedarse con la idea de “papá gobierno”, es decir, del gobierno como única autoridad, y que no se le puede llevar la contraria porque de nada sirve, de todas maneras hará lo que quiera. Pero también podrían adoptar la idea de que ellos deben ser sujetos activos, agentes de cambio, en la medida de sus posibilidades individuales y organizativas. La participación de los jóvenes como actores sociales es determinante en el desarrollo histórico del país. En cada época crítica los jóvenes han estado comprometidos con su momento histórico, en la conquista, en la independencia, en la reforma, en la revolución de 1910, en el movimiento vasconcelista, en los movimientos magisterial y médico, en el movimiento de 1968 y 1971, en el movimiento urbano popular, generado a mediados de los ochentas y acrecentado por el sismo de 1985; el movimiento estudiantil de 1987 y 1999; en el fraude electoral de 1988; en el cambio que se pensaba congruente en el año 2000, y en las recientes movilizaciones contra el gobierno de Enrique Peña. La política es también participación desde este lado. Si la culpa de la ineficiencia de los gobierno se las seguimos achacando a los políticos, vamos a seguir viendo con un solo ojo. La participación de los jóvenes y de la sociedad civil en su conjuntos, dentro de las posibilidades de cada quien, es importante para poder ver con los dos ojos. Si la sociedad civil es numéricamente mayor, y el gobierno es menor, ¿por qué no cambian las cosas? Pregunta frecuente en varios jóvenes. Las respuestas pueden ser muchas. Pienso que una de ellas es precisamente el que nos excluimos de la política, cuando la política debe estar para mediar el pacto social, es decir, la relación entre sociedad civil y gobierno. ¿Cómo pueden participar los jóvenes? También cada quién tendrá sus respuestas. Los jóvenes de hace 20 años participábamos en algunas cosas: marchas, creación de colectivos, creación de fanzines, círculos de estudios, organización de eventos. Los jóvenes de ahora tendrán otras respuestas ante la situación actual. Los medios de comunicación ahora trascienden las fronteras espaciales e impresas. El compromiso de los jóvenes con su momento histórico se ha demostrado, por ejemplo, con el movimiento #Yosoy132. Su trascendencia, en una lectura personal, fue menor, pero no por la calidad de las propuestas, sino por la cantidad de jóvenes que participaron en el movimiento. ¿Por qué no se sumaron en mayoría los estudiantes de la Unam, del Poli, y en general de los subsistemas de educación de la SEP? No lo sé… Pero lo cierto es que el compromiso de los jóvenes para con su momento histórico es indispensable para transformarlo. Así como José Vasconcelos, desde el Ateneo de la Juventud, exhortaba a la intelectualidad juvenil mexicana de la década de 1910, a construir un mundo cultural contrario al Porfiriato y paralelo al proceso revolucionario que se estaba viviendo, así los jóvenes de hoy deben comprender que su compromiso es fundamental para transformar la sociedad.

Héctor García Montiel
23/04/14 

miércoles, 16 de abril de 2014

¿Quiere conservar su inteligencia independiente o pasa a la catafixia?


Cada época ha tenido sus propios medios, objetivos y objetos de censura. Diferentes instituciones, la ha ejercido hacia diferentes grupos de la sociedad. Durante muchos siglos, la Inquisición condenó la publicación de cientos de obras, cuya lectura resultaba peligrosa para el status quo del momento. Y eso que los libros llegaban a un reducido número de personas… Posteriormente, en los siglos XVIII, XIX y XX, la prensa cobró tal importancia que fue denominada el cuarto poder. Durante el siglo XIX, la prensa fue el instrumento de discusión política y convencimiento; durante todo el siglo XX, la prensa resultó un elemento positivo o negativo para los gobiernos. Los dueños del poder político apapacharon o destruyeron la prensa que les era útil o no. Para el último tercio del siglo XX (que en términos de historia de la tecnología podría ser el principio del siglo XXI), la televisión fue el instrumento que los dueños del poder político, ahora junto con los del poder económico, utilizaron para crear la imagen de buen gobierno, a través de la construcción ideal de un buen régimen, avalado en noticieros, programas de entretenimiento, telenovelas, etcétera; y a través de la distracción teledirigida de una sociedad cada vez más carente de valores como la solidaridad, el respeto, la unión, el trabajo solidario. El arquitecto del emporio televisivo hasta ahora más grande, Emilio Azcárraga Milmo, se declaró en su momento “soldado del PRI y del presidente”. Y el mencionado empresario no sólo poseía el entonces monopolio televisivo, sino que más del 50% de la radiodifusión en el país, es decir, tenía los medios de comunicación en su poder. ¿Para qué sirven los medios? Si la prensa fue el cuarto poder, la televisión y la radio se convirtieron en el quinto. Es decir, si bien la opinión pública no estaba (ni está actualmente) representada en los medios electrónicos (T.V. y radio), estos medios sí formaban esa opinión pública. Tal parece que el magnate de los medios de comunicación había aprendido lo suficiente de Joseph Goebbels. De esta manera, la realidad era construida por el gobierno en turno, con ayuda de su soldado principal: la televisión. Cualquier cosa que fuera disidente no tenía cabida, como fue mostrado durante la mañana del 3 de octubre, cuando las editoriales y los encabezados poco criticaban la actitud del ejército, y de hecho, algunos aplaudían la masacre de Tlatelolco. Con el paso de los años, y en el marco de la venta de empresas estatales, la “competencia” la dio Carlos Salinas Pliego, quién pronto diversificaría sus empresas de “abonos chiquitos”. La censura en la televisión era total. Y la disidencia nula. En el radio esta última poseía algunos medios: las radios comunitarias, pero también con las dificultades técnicas (y burocráticas, cuando eran legales). El gobierno siempre se la ingenió para poner censura en estos medios, ya sea a través de cierres de estaciones radiofónicas, ya sea a través de negar permisos. Ahora, en el ya avanzado siglo XXI, la Internet, y particularmente las redes sociales, se convierten en el sexto poder de un Estado, en un poder que se ha manifestado ya en el África del Norte, en Europa, en todo el mundo, un poder que no había existido nunca, y que le permite a cualquier ciudadano de a pie, decir lo que quiera a través de la gran red universal. Lo anterior no es menos, se trata de por primera vez en siglos, la sociedad puede organizarse para poner en jaque a sus autoridades, desde la más alta, hasta la más baja. Hace pocos días en el noticiero de Carmen Aristegui se dio a conocer una investigación que acusaba al líder del PRI en el D. F. de trata de personas. El noticiario es excelente, pero en radio convencional no tiene la audiencia que quisiéramos. Lo que detonó la bomba, fue precisamente la difusión de esa noticia en las redes sociales. Es por eso que las leyes secundarias en telecomunicaciones permiten al gobierno desactivar la Internet si considera conveniente hacerlo. En México tal iniciativa pudiera parecer graciosa: para qué hacer eso en un país donde la gente no participa en su mayoría. Pero es que precisamente la cosa va por ahí. Cada vez es más el descontento de la población con sus autoridades; cada vez es más palpable la inflación en los bolsillos de la población. Por eso quieres desconectarnos. Las reformas estructurales del sexenio le darán a México el rostro del siglo XXI. En materia de comunicación y telecomunicación, la sociedad va perdiendo: cambiamos nuestra inteligencia en la catafixia, y nos quedamos En familia, con Chabelo