A lo largo de la historia, y en la mayoría de
la geografía planetaria, las mujeres han sufrido una desigualdad en relación
con los varones, desigualdad que las coloca por debajo de aquellos en distintas
áreas de la vida económica, político, social, cultural y de la vida cotidiana.
Incluso en esas áreas donde las mujeres son “las reinas del hogar”, es decir,
en el espacio doméstico, la inequidad, ejercida muchas veces a través de la
violencia, se hace presente: en muchos casos las mujeres son obligadas por sus
esposos a tener relaciones sexuales; en otros, la violencia económica ejercida
a través del hogar (con la retención del “gasto”, o con la disminución de
obligaciones económicas del conyugue).
Una de las características sociales impuestas a
las mujeres, a través de su función reproductora, es la de ser madres. Madres,
a fuerza… Todavía hoy, en pleno siglo XXI, y con un discurso de equidad e
igualdad presente en muchas áreas de gobierno, y en muchas leyes nacionales y
estatales, se estigmatiza a las mujeres que deciden no ejercer la reproducción,
que deciden permanecer sin hijos.
Desde Federico Engels en La propiedad privada, la familia y el Estado hasta muchas autoras y
autores contemporáneos del feminismo y la teoría queer, se coincide en que es
la función reproductora una de las principales causas que ha mantenido a las
mujeres en una situación de subordinación. La idea de la “mujer completa” en
tanto mujer-madre sigue legitimándose a través de diferentes discursos,
provocando en muchas ocasiones la exclusión, el rechazo o el desprestigio de
aquellas mujeres que deciden no ser madres.
El binomio mujer-madre se ha convertido en la
sublimación del ser mujer. Es la
primera relación de las mujeres a través de la sangre. Las mujeres vistas en
relación con alguien: mujeres-madre, mujeres-esposas, mujeres-hijas. Pocas
veces son vistas como trabajadoras, obreras, campesinas, profesionistas… “es la
esposa del licenciado Fulano de Tal…”. “Es la madre del médico Mengano…”.
El género como concepto nos permite identificar
las desigualdades producidas por la diferencia sexual, e indagar las bases
sobre las cuáles se construyen esas desigualdades.
Y en México, el día de las madres también tiene
su explicación desde la perspectiva de género, desde el feminismo. Y la visión
cambia.
Durante los años veintes del siglo pasado,
recién terminada la revolución, el estado de Yucatán vivía una vida progresista
debido a los gobernadores socialistas Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto.
Desde la historia del feminismo mexicano no es un dato curioso el que los
primeros congresos feministas se hayan llevado a cabo en Yucatán, en 1915 y
1916, y que Elvia Carrillo Puerto, hermana del gobernador, haya sido impulsora
de diferentes agrupaciones feministas, entre ellas la Liga Feminista Rita
cetina Gutiérrez y la Liga Orientadora de Acción Femenina, ambas a mediados de
los años veintes. Y en 1922 comienza la historia del día de las madres en
México. Esperanza Velázquez Bringas, feminista mexicana, basada en las ideas de
Margaret Sanger, promovía en Yucatán el control de la natalidad, orientado a
mejorar las condiciones de las y los campesinos indígenas, que no podían salir
de la pobreza debido al número de hijos que tenían, y que no podían mantener en
buenas condiciones. Esta campaña de control de la natalidad fue apoyada por el
gobierno del estado, y promovida en las escuelas, pero tuvo muchos detractores,
entre ellos la sociedad conservadora de Yucatán, iglesia católica yucateca y La Revista de Yucatán, que en sus
páginas criticaba duramente la acción de las feministas y la campaña de control
de la natalidad. La situación no se quedó en el plano estatal. Para atemperar los
efectos de la campaña anticonceptiva, el periódico Excélsior publicó en su edición del 13 de abril de 1922 lo
siguiente:
“Excélsior
lanza la idea de que se consagre la fecha mencionada (10 de mayo), de una
manera especial, para rendir un homenaje de afecto y de respeto a la madre; y
pide la cooperación de sus colegas y el público parta realizar este levantado
propósito. Hoy que en el extremo meridional del país de ha venido cometiendo
una campaña suicida y criminal contra la maternidad. Cuando en Yucatán
elementos oficiales no han vacilado en lanzarse a una propaganda grotesca,
denigrando la más alta función de la
mujer, que no sólo consiste en dar a luz, sino en educar a los hijos que
forma de su carne, es preciso que la sociedad entera manifieste… que no hemos
de ninguna manera llegado a esa aberración que predican los racionalistas
exaltados”. Esa aberración, se basaba
en la preocupación que las feministas mexicanas tenían por las familias
campesinas y obreras que vivían en condiciones de miseria. Así, las fuerzas
reaccionarias ante los problemas de las mujeres, y ante problemas sociales como
la pobreza, establecieron que “la más alta función” de las mujeres es la
maternidad, quitándoles no sólo discursivamente, sino también en la práctica,
la posibilidad de desarrollarse como individuos, sin ser la otredad, es decir,
sin ser la madre de Tal, la hija de Tal o la esposa de Tal.
En este siglo XXI, se tiene que retomar la idea
de la maternidad libre y voluntaria. La función más alta de las mujeres no es
ser madres, no es reproducir a la especia, es desarrollarse como ellas quieran,
sin tener las ataduras sociales que el género les impone.
Héctor García Montiel
01/05/2014
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