viernes, 17 de julio de 2020

Modernidad y pandemia.


Modernidad y pandemia.
A lo largo de la historia los seres humanos hemos ido creando referentes culturales, unos mínimos, otros máximos, pero todos han conformado eso que llamamos la cultura occidental. Estos referentes culturales han sido historizados y de ellos han surgido las distintas periodizaciones de la historia de la humanidad. Después de 1500 años de vivir en un mundo cuyo referente cultural estaba centrado en Dios, los seres humanos dieron un paso hacia la creencia y fe en sí mismos, originando un Renacimiento del sentido de lo humano, que se vio reforzado tres siglos después con los procesos políticos y económicos que empezaban a unificar al mundo en una globalidad liberal. La Ilustración reforzó ese sentido de lo humano en todos los procesos sociales, y el liberalismo decimonónico lo reforzó y materializó a través de leyes, instituciones, costumbres, prácticas, valores. Los científicos sociales occidentales llamaron a estos últimos 500 años el periodo de la modernidad, una cultura fincada en ciertos patrones que impregnaban las áreas económica, política y social a todos los niveles, micros y macros.
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Para finales del siglo XIX y mediados del XX, diferentes pensadores consideraron que esa modernidad ya se hallaba en el filo de su extinción, y comenzaron a hablar de la posmodernidad, condición que planteaba el abandono de todo ese metadiscurso que construyó la modernidad. Sin embargo, no es que se extinguiera esa modernidad, sino que se asomaban, efectivamente, rasgos de una nueva sociedad que comenzaba a presentar una condición posmoderna. Así, en lo político el Estado Nación no es el mismo Leviatán, sólido e impositivo; no ha desaparecido pero sus funciones se diluyen en las nuevas prácticas políticas. En lo económico y doméstico, la situación de bienestar ha dado paso a una incertidumbre en lo laboral, y a nivel macro, ese Estado Nación proteccionista cedió paso a un Estado que no asume las funciones que, en un pacto social, tiene con la sociedad. Los procesos macrosociales que configuraron la modernidad (globalización, libre mercado, migraciones, por ejemplo) poco habían trastocado la vida cotidiana de algunas capas de la sociedad.
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Pero a finales de 2019, un virus de efecto pandémico si rasgaría totalmente la vida cotidiana que esa modernidad construyó. El trabajo, el esparcimiento, el ocio, la convivencia familiar, los viajes, la escuela, la enseñanza, el aprendizaje, el cine, los centros comerciales, los bares, los restaurantes, las tiendas, el comercio, el consumo, la producción, todo, absolutamente todo lo hasta ahora conocido cambió radicalmente. La virtualización digital, imprescindible para los últimos 30 años, entró de lleno y a profundidad a donde podía, aumentando la exclusión que la brecha digital trae consigo. Quien no podía trabajar en casa, perdió su empleo. Quien podía trabajar en casa, tuvo que acostumbrarse a una nueva realidad. Las actividades que pudieron virtualizarse lo han hecho, permitiendo una adaptación a la era digital y rompiendo con las actividades cara a cara. Teatro virtual, conciertos virtuales, clases y conferencias virtuales donde, gracias a las TIC, podemos interactuar varios. Pero no es lo mismo. Y no lo es no por el sentido romántico que pudiera tener el convivir cara a cara, frente a frente, sino porque es algo que casi nadie se esperaba. Podemos decir que no sabíamos lo que perdíamos cuando esto inicio. Los aplausos en los conciertos, las palomitas en el cine, los helados en los centros comerciales, los libros en las librerías y bibliotecas, los cuadros y maquetas en los museos y galerías, el estudio en biblioteca, el trabajo en los centros de investigación, la convivencia con la familia extensa: la vida cotidiana a nivel global tuvo un efecto que hasta entonces ningún proceso económico, político o social le había causado.
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No es que aquellas cosas se hayan para siempre, pero la pandemia de Covid19 cambió la vida cotidiana surgida hace 200 y consolidada por muchos medios. Y sí, ha habido cantidad de procesos que han cambiado radicalmente todo (la crisis del ’29 o la colonización de los pueblos americanos), pero el mundo nunca había estado tan conectado como ahora. Los efectos globalizadores traen consigo consecuencias imprevistas. Sabemos que con las migraciones viajan culturas, costumbres, lenguas, identidades, ecologías. Se ha globalizado el capitalismo, Mc Donalds, Coca Cola, los Óscares, Zara, el uso del internet, y por supuesto, la pandemia. Se globalizó entonces el encierro, el miedo, la angustia, la preocupación, la incredulidad, la zozobra.
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La incertidumbre, otro rasgo ajeno a ese metadiscurso de la modernidad, se hace presente día a día, semana a semana. La nueva normalidad poco se acerca al cambio que las sociedades están experimentando actualmente. ¿Qué viene? No sabemos, no hay predicciones. El caos, visto desde la física, está presente en la vida cotidiana. No podemos planear ni predecir lo que haremos la siguiente semana. Guerras, crisis económicas, dictaduras políticas, manipulaciones religiosas, no pudieron alterar de manera radical y global la vida cotidiana del planeta. El causante fue un virus, un microorganismo que no tiene vida, pero si la capacidad de joder a todo aquel que no cuenta con un cuerpo y ciertas condiciones sociales para hacerle frente. Creado, adaptado o surgido por ahí, este virus fracturo la vida cotidiana construida por la modernidad, ando paso a un todavía no sabemos qué. 

Héctor García Montiel
hegarmon@yahoo.com
17/07/2020


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