¿Quiere conservar su
inteligencia independiente o pasa a la catafixia?
Cada época ha tenido sus propios medios,
objetivos y objetos de censura. Diferentes instituciones, la ha ejercido hacia
diferentes grupos de la sociedad. Durante muchos siglos, la Inquisición condenó
la publicación de cientos de obras, cuya lectura resultaba peligrosa para el
status quo del momento. Y eso que los libros llegaban a un reducido número de
personas… Posteriormente, en los siglos XVIII, XIX y XX, la prensa cobró tal
importancia que fue denominada el cuarto
poder. Durante el siglo XIX, la prensa fue el instrumento de discusión
política y convencimiento; durante todo el siglo XX, la prensa resultó un
elemento positivo o negativo para los gobiernos. Los dueños del poder político
apapacharon o destruyeron la prensa que les era útil o no. Para el último
tercio del siglo XX (que en términos de historia de la tecnología podría ser el
principio del siglo XXI), la televisión fue el
instrumento que los dueños del poder político, ahora junto con los del
poder económico, utilizaron para crear la imagen de buen gobierno, a través de
la construcción ideal de un buen régimen, avalado en noticieros, programas de
entretenimiento, telenovelas, etcétera; y a través de la distracción teledirigida
de una sociedad cada vez más carente de valores como la solidaridad, el
respeto, la unión, el trabajo solidario. El arquitecto del emporio televisivo
hasta ahora más grande, Emilio Azcárraga Milmo, se declaró en su momento “soldado del PRI y del presidente”. Y el
mencionado empresario no sólo poseía el entonces monopolio televisivo, sino que
más del 50% de la radiodifusión en el país, es decir, tenía los medios de
comunicación en su poder. ¿Para qué sirven los medios? Si la prensa fue el
cuarto poder, la televisión y la radio se convirtieron en el quinto. Es decir,
si bien la opinión pública no estaba
(ni está actualmente) representada en los medios electrónicos (T.V. y radio),
estos medios sí formaban esa opinión
pública. Tal parece que el magnate de los medios de comunicación había
aprendido lo suficiente de Joseph Goebbels. De esta manera, la realidad era
construida por el gobierno en turno, con ayuda de su soldado principal: la
televisión. Cualquier cosa que fuera disidente no tenía cabida, como fue mostrado
durante la mañana del 3 de octubre, cuando las editoriales y los encabezados
poco criticaban la actitud del ejército, y de hecho, algunos aplaudían la
masacre de Tlatelolco. Con el paso de los años, y en el marco de la venta de
empresas estatales, la “competencia” la dio Carlos Salinas Pliego, quién pronto
diversificaría sus empresas de “abonos chiquitos”. La censura en la televisión
era total. Y la disidencia nula. En el radio esta última poseía algunos medios:
las radios comunitarias, pero también con las dificultades técnicas (y
burocráticas, cuando eran legales). El gobierno siempre se la ingenió para
poner censura en estos medios, ya sea a través de cierres de estaciones
radiofónicas, ya sea a través de negar permisos. Ahora, en el ya avanzado siglo
XXI, la Internet, y particularmente las redes sociales, se convierten en el
sexto poder de un Estado, en un poder que se ha manifestado ya en el África del
Norte, en Europa, en todo el mundo, un poder que no había existido nunca, y que
le permite a cualquier ciudadano de a pie, decir lo que quiera a través de la
gran red universal. Lo anterior no es menos, se trata de por primera vez en
siglos, la sociedad puede organizarse para poner en jaque a sus autoridades,
desde la más alta, hasta la más baja. Hace pocos días en el noticiero de Carmen
Aristegui se dio a conocer una investigación que acusaba al líder del PRI en el
D. F. de trata de personas. El noticiario es excelente, pero en radio
convencional no tiene la audiencia que quisiéramos. Lo que detonó la bomba, fue
precisamente la difusión de esa noticia en las redes sociales. Es por eso que
las leyes secundarias en telecomunicaciones permiten al gobierno desactivar la Internet si considera
conveniente hacerlo. En México tal iniciativa pudiera parecer graciosa: para
qué hacer eso en un país donde la gente no participa en su mayoría. Pero es que
precisamente la cosa va por ahí. Cada vez es más el descontento de la población
con sus autoridades; cada vez es más palpable la inflación en los bolsillos de
la población. Por eso quieres desconectarnos.
Las reformas estructurales del sexenio le darán a México el rostro del siglo
XXI. En materia de comunicación y telecomunicación, la sociedad va perdiendo:
cambiamos nuestra inteligencia en la catafixia, y nos quedamos En familia, con Chabelo…
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