miércoles, 7 de mayo de 2014

Nosotr@s amamos: el poliamor y la tiranía de la monogamia.

Las relaciones de pareja han sufrido dos grandes tiranías: por un lado, la de la heterosexualidad, por el otro, el de la monogamia.
El poliamor es la práctica que se sustenta en la idea de que los seres humanos somos capaces de amar a más de una persona, con la misma intensidad y fuerza. La idea en realidad no es nueva para nadie. ¿Quién no ama a más de una persona? Amamos a nuestras madres y padres, a nuestr@s herman@s, a nuestras hijas e hijos, a nuestr@s sobrin@s, a nuestros amigos y amigas, y a muchas personas más, las amamos con mucha intensidad, pero nos relacionamos con cada una de ellas de manera diferente, y por lo tanto la expresividad del amor se da de manera distinta. En este sentido todos somos poliamorosos. Pero la cosa salta cuando hablamos de las relaciones de pareja, esas que están condenadas a las dos tiranías que mencionamos arriba. “No desearás la mujer de tu prójimo”, resalta uno de los mandamientos de la religión judio-cristiana. Y la pregunta obligada es: ¿por qué a los seres humanos se nos restringe la capacidad de amar a más de una persona? Las respuestas pueden ser múltiples, dependiendo de la perspectiva a través de la cual se contemple el problema. Desde el materialismo histórico y la perspectiva de género se puede argumentar que la necesidad de establecer familias monogámicas responde al sentido de propiedad: de la tierra, de las mujeres, de las familias. Si la propiedad (de la tierra en un primer momento) es uno de los primeros elementos por los que el ser humano crea un pacto social (aún cuando este sea muy mínimo), esta propiedad se va fortaleciendo a través de los lazos de parentesco. Las esposas llegan con dote, en dinero o en especie, lo que hace que la propiedad del marido y de la familia se agrande. Si se tienen más esposas, puede aumentar la propiedad del marido, pero también verse disminuida al heredarla a los hijos que con ellas procrea, por eso también la división en algún momento de la historia entre hijos legítimos e ilegítimos, éstos últimos no eran susceptibles de heredar. Desde este sentido, la monogamia puede ser impuesta para conservar las propiedades familiares. Desde la perspectiva de género la situación se torna violenta: las mujeres son propiedad del marido, quien, en muchas sociedades, sí puede tener varias esposas o parejas (poliginia), pero ellas no pueden tener más de un marido. Las mujeres que mantienen relaciones (sexuales o afectivas) con más de una persona son estigmatizadas por la sociedad, llamándose “zorras”, “putas”, “fáciles” y otros adjetivos que al pasarse a masculinos cambian su sentido al cien por ciento. Des esta manera, los varones que mantienen relaciones (sexuales, principalmente) con más de una mujer son considerados como “más hombres”, como si la capacidad de tener “hombría” dependiera del número de parejas sexuales que tenemos.
Amor y relaciones sexuales… ¿van de la mano? ¿Si amas disfrutas más la relación sexual? ¿Si no amas, no tienes relaciones sexuales? Otra tiranía que al amor entre los seres humanos se le ha impuesto: el binomio amor-relaciones sexuales. El amor trasciende las relaciones sexuales, como anotamos arriba: amamos a muchas personas, pero con cada una de ellas nos relacionamos de manera diferente. El tabú del incesto impide relacionarse de manera sexual o afectiva entre la familia, pero sin relaciones sexuales los amamos. A nuestras amistades las amamos, pero no compartimos cama con ellos. Y en ocasiones sucede a la inversa: no amas a quien comparte la cama contigo, de manera accidental o de manera cotidiana. Entonces todos somos poliamorosos, pero a quienes amamos, más que “amarlos de otra manera”, nos relacionamos con ellos de otra manera. La dificultad del poliamor, entendido como práctica de relación sexo-afectiva, es que no puede expresarse por las grandes cadenas mentales que los seres humanos hemos construido, y de las cuales ha sido difícil zafarnos. La capacidad de amar la ejercemos todas y todos, y la limitación de esta capacidad nos corta las posibilidades expansivas de la afectividad, limitación que ha tenido múltiples consecuencias, desde las psicológicas como los celos y la envidia, hasta las sociales como los divorcios y las demandas por adulterio. El amor monógamo y heterosexual ha sido construido como la base de la familia, la que a su vez es la base de la sociedad. Esta construcción ha dejado fuera, tanto en lo legal como en lo consuetudinario, las posibilidades de relacionarse de manera diferente y de expresar otras formas de amor. El poliamor y la diversidad sexo-afectiva son salidas a la tiranía de la monogamia y de la heterosexualidad. En este sentido, son elementos revolucionarios de la sociedad.

Héctor García Montiel

07/05/2014

jueves, 1 de mayo de 2014

Maternidad y mujeres en el siglo XXI.

A lo largo de la historia, y en la mayoría de la geografía planetaria, las mujeres han sufrido una desigualdad en relación con los varones, desigualdad que las coloca por debajo de aquellos en distintas áreas de la vida económica, político, social, cultural y de la vida cotidiana. Incluso en esas áreas donde las mujeres son “las reinas del hogar”, es decir, en el espacio doméstico, la inequidad, ejercida muchas veces a través de la violencia, se hace presente: en muchos casos las mujeres son obligadas por sus esposos a tener relaciones sexuales; en otros, la violencia económica ejercida a través del hogar (con la retención del “gasto”, o con la disminución de obligaciones económicas del conyugue).

Una de las características sociales impuestas a las mujeres, a través de su función reproductora, es la de ser madres. Madres, a fuerza… Todavía hoy, en pleno siglo XXI, y con un discurso de equidad e igualdad presente en muchas áreas de gobierno, y en muchas leyes nacionales y estatales, se estigmatiza a las mujeres que deciden no ejercer la reproducción, que deciden permanecer sin hijos.

Desde Federico Engels en La propiedad privada, la familia y el Estado hasta muchas autoras y autores contemporáneos del feminismo y la teoría queer, se coincide en que es la función reproductora una de las principales causas que ha mantenido a las mujeres en una situación de subordinación. La idea de la “mujer completa” en tanto mujer-madre sigue legitimándose a través de diferentes discursos, provocando en muchas ocasiones la exclusión, el rechazo o el desprestigio de aquellas mujeres que deciden no ser madres.

El binomio mujer-madre se ha convertido en la sublimación del ser mujer. Es la primera relación de las mujeres a través de la sangre. Las mujeres vistas en relación con alguien: mujeres-madre, mujeres-esposas, mujeres-hijas. Pocas veces son vistas como trabajadoras, obreras, campesinas, profesionistas… “es la esposa del licenciado Fulano de Tal…”. “Es la madre del médico Mengano…”.

El género como concepto nos permite identificar las desigualdades producidas por la diferencia sexual, e indagar las bases sobre las cuáles se construyen esas desigualdades.

Y en México, el día de las madres también tiene su explicación desde la perspectiva de género, desde el feminismo. Y la visión cambia.
Durante los años veintes del siglo pasado, recién terminada la revolución, el estado de Yucatán vivía una vida progresista debido a los gobernadores socialistas Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto. Desde la historia del feminismo mexicano no es un dato curioso el que los primeros congresos feministas se hayan llevado a cabo en Yucatán, en 1915 y 1916, y que Elvia Carrillo Puerto, hermana del gobernador, haya sido impulsora de diferentes agrupaciones feministas, entre ellas la Liga Feminista Rita cetina Gutiérrez y la Liga Orientadora de Acción Femenina, ambas a mediados de los años veintes. Y en 1922 comienza la historia del día de las madres en México. Esperanza Velázquez Bringas, feminista mexicana, basada en las ideas de Margaret Sanger, promovía en Yucatán el control de la natalidad, orientado a mejorar las condiciones de las y los campesinos indígenas, que no podían salir de la pobreza debido al número de hijos que tenían, y que no podían mantener en buenas condiciones. Esta campaña de control de la natalidad fue apoyada por el gobierno del estado, y promovida en las escuelas, pero tuvo muchos detractores, entre ellos la sociedad conservadora de Yucatán, iglesia católica yucateca y La Revista de Yucatán, que en sus páginas criticaba duramente la acción de las feministas y la campaña de control de la natalidad. La situación no se quedó en el plano estatal. Para atemperar los efectos de la campaña anticonceptiva, el periódico Excélsior publicó en su edición del 13 de abril de 1922 lo siguiente:
Excélsior lanza la idea de que se consagre la fecha mencionada (10 de mayo), de una manera especial, para rendir un homenaje de afecto y de respeto a la madre; y pide la cooperación de sus colegas y el público parta realizar este levantado propósito. Hoy que en el extremo meridional del país de ha venido cometiendo una campaña suicida y criminal contra la maternidad. Cuando en Yucatán elementos oficiales no han vacilado en lanzarse a una propaganda grotesca, denigrando la más alta función de la mujer, que no sólo consiste en dar a luz, sino en educar a los hijos que forma de su carne, es preciso que la sociedad entera manifieste… que no hemos de ninguna manera llegado a esa aberración que predican los racionalistas exaltados”. Esa aberración, se basaba en la preocupación que las feministas mexicanas tenían por las familias campesinas y obreras que vivían en condiciones de miseria. Así, las fuerzas reaccionarias ante los problemas de las mujeres, y ante problemas sociales como la pobreza, establecieron que “la más alta función” de las mujeres es la maternidad, quitándoles no sólo discursivamente, sino también en la práctica, la posibilidad de desarrollarse como individuos, sin ser la otredad, es decir, sin ser la madre de Tal, la hija de Tal o la esposa de Tal.

En este siglo XXI, se tiene que retomar la idea de la maternidad libre y voluntaria. La función más alta de las mujeres no es ser madres, no es reproducir a la especia, es desarrollarse como ellas quieran, sin tener las ataduras sociales que el género les impone.

Héctor García Montiel
01/05/2014


miércoles, 23 de abril de 2014

La apatía y la política en los jóvenes.

La apatía y la política en los jóvenes.


Se ha argumentado que los jóvenes son apáticos de la política porque están desencantados de la realidad que se desenvuelve en ese ámbito, de sus protagonistas y de todo lo que gire alrededor de ello. “No me interesa la política”, era la frase de una colega historiadora. También se alega que las instituciones están alejadas de las realidades juveniles, y que no hay programas sociales que los incluyan. Está última afirmación es cierta. Pero la primera es cuestionable. Cierto es que todo lo que gira alrededor de la “política” (así, entrecomillada) desencanta no sólo a los jóvenes, sino a cualquiera. Pagamos impuestos que no se ven reflejados en la calidad de vida de las personas; nuestros supuestos representantes nunca nos consultan una sola de las decisiones que toman; el poder judicial verdaderamente tiene una justicia ciega (no ve a quien le da el chingadazo, como lo demuestra la cantidad de personas inocentes en prisión, por fabricación de delitos, entre otras causas, y por la cantidad de personas que se encuentran, después de muchos años, en espera de sentencia…). Sí, la “política” desencanta a todos. Pero si le quitamos las comillas a la política, entonces entran varios factores y actores sociales que no son ya los que conforman en gobierno. Me refiero a la sociedad civil, organizada o no, a los colectivos, asociaciones, grupos, individuos, que también formamos parte de eso que es la política. De hecho, en teoría, la sociedad civil es el eje a través del cual deberían de estar organizados los otros poderes, y la Constitución así lo manifiesta… pero acá la teoría no sirve de nada. La cosa es que nosotros también somos parte de la política, y por supuesto, del Estado, que no sólo está formado por la múltiples instituciones que día a día ocupamos (escuelas, hospitales, sistemas de transporte, etc.) sino también, de nueva cuenta, por la sociedad civil en su conjunto. La sociedad civil es lo que está fuera del gobierno, pero no fuera del Estado. Si Luis XIV decía que el Estado era él, después la revolución francesa dijo que el Estado era la sociedad civil, y lo demostraron tumbando lo que se llamó Antiguo Régimen. Pero los revolucionarios franceses tenían razón. En última y en primera instancia, las instituciones del Estado deben responder a las necesidades de la sociedad civil; pero la sociedad civil también debe responder a la falta de respuesta de o de los gobiernos que se ocupan de manejar ese Estado. La política entonces se desenvuelve (o debería) en una relación dialógica entre sociedad civil y gobierno. Cuando no se desenvuelve en ese sentido, el Estado se convierte en una Estado dictatorial. Pero puede que el gobierno se imponga sin ser una dictadura, como en el caso de nuestro país. “La dictadura perfecta”, dijo Mario Vargas Llosa del priato, nunca perdido y ahora más vivo que nunca. ¿A qué se debe eso de que en una supuesta democracia se construya una dictadura política? A qué en este país la sociedad civil, la ciudadanía, es mínima. Es decir, la población es mucha, pero aquella conciente de que es parte de la política, es mínima.  Los jóvenes pueden quedarse con la idea de “papá gobierno”, es decir, del gobierno como única autoridad, y que no se le puede llevar la contraria porque de nada sirve, de todas maneras hará lo que quiera. Pero también podrían adoptar la idea de que ellos deben ser sujetos activos, agentes de cambio, en la medida de sus posibilidades individuales y organizativas. La participación de los jóvenes como actores sociales es determinante en el desarrollo histórico del país. En cada época crítica los jóvenes han estado comprometidos con su momento histórico, en la conquista, en la independencia, en la reforma, en la revolución de 1910, en el movimiento vasconcelista, en los movimientos magisterial y médico, en el movimiento de 1968 y 1971, en el movimiento urbano popular, generado a mediados de los ochentas y acrecentado por el sismo de 1985; el movimiento estudiantil de 1987 y 1999; en el fraude electoral de 1988; en el cambio que se pensaba congruente en el año 2000, y en las recientes movilizaciones contra el gobierno de Enrique Peña. La política es también participación desde este lado. Si la culpa de la ineficiencia de los gobierno se las seguimos achacando a los políticos, vamos a seguir viendo con un solo ojo. La participación de los jóvenes y de la sociedad civil en su conjuntos, dentro de las posibilidades de cada quien, es importante para poder ver con los dos ojos. Si la sociedad civil es numéricamente mayor, y el gobierno es menor, ¿por qué no cambian las cosas? Pregunta frecuente en varios jóvenes. Las respuestas pueden ser muchas. Pienso que una de ellas es precisamente el que nos excluimos de la política, cuando la política debe estar para mediar el pacto social, es decir, la relación entre sociedad civil y gobierno. ¿Cómo pueden participar los jóvenes? También cada quién tendrá sus respuestas. Los jóvenes de hace 20 años participábamos en algunas cosas: marchas, creación de colectivos, creación de fanzines, círculos de estudios, organización de eventos. Los jóvenes de ahora tendrán otras respuestas ante la situación actual. Los medios de comunicación ahora trascienden las fronteras espaciales e impresas. El compromiso de los jóvenes con su momento histórico se ha demostrado, por ejemplo, con el movimiento #Yosoy132. Su trascendencia, en una lectura personal, fue menor, pero no por la calidad de las propuestas, sino por la cantidad de jóvenes que participaron en el movimiento. ¿Por qué no se sumaron en mayoría los estudiantes de la Unam, del Poli, y en general de los subsistemas de educación de la SEP? No lo sé… Pero lo cierto es que el compromiso de los jóvenes para con su momento histórico es indispensable para transformarlo. Así como José Vasconcelos, desde el Ateneo de la Juventud, exhortaba a la intelectualidad juvenil mexicana de la década de 1910, a construir un mundo cultural contrario al Porfiriato y paralelo al proceso revolucionario que se estaba viviendo, así los jóvenes de hoy deben comprender que su compromiso es fundamental para transformar la sociedad.

Héctor García Montiel
23/04/14 

miércoles, 16 de abril de 2014

¿Quiere conservar su inteligencia independiente o pasa a la catafixia?


Cada época ha tenido sus propios medios, objetivos y objetos de censura. Diferentes instituciones, la ha ejercido hacia diferentes grupos de la sociedad. Durante muchos siglos, la Inquisición condenó la publicación de cientos de obras, cuya lectura resultaba peligrosa para el status quo del momento. Y eso que los libros llegaban a un reducido número de personas… Posteriormente, en los siglos XVIII, XIX y XX, la prensa cobró tal importancia que fue denominada el cuarto poder. Durante el siglo XIX, la prensa fue el instrumento de discusión política y convencimiento; durante todo el siglo XX, la prensa resultó un elemento positivo o negativo para los gobiernos. Los dueños del poder político apapacharon o destruyeron la prensa que les era útil o no. Para el último tercio del siglo XX (que en términos de historia de la tecnología podría ser el principio del siglo XXI), la televisión fue el instrumento que los dueños del poder político, ahora junto con los del poder económico, utilizaron para crear la imagen de buen gobierno, a través de la construcción ideal de un buen régimen, avalado en noticieros, programas de entretenimiento, telenovelas, etcétera; y a través de la distracción teledirigida de una sociedad cada vez más carente de valores como la solidaridad, el respeto, la unión, el trabajo solidario. El arquitecto del emporio televisivo hasta ahora más grande, Emilio Azcárraga Milmo, se declaró en su momento “soldado del PRI y del presidente”. Y el mencionado empresario no sólo poseía el entonces monopolio televisivo, sino que más del 50% de la radiodifusión en el país, es decir, tenía los medios de comunicación en su poder. ¿Para qué sirven los medios? Si la prensa fue el cuarto poder, la televisión y la radio se convirtieron en el quinto. Es decir, si bien la opinión pública no estaba (ni está actualmente) representada en los medios electrónicos (T.V. y radio), estos medios sí formaban esa opinión pública. Tal parece que el magnate de los medios de comunicación había aprendido lo suficiente de Joseph Goebbels. De esta manera, la realidad era construida por el gobierno en turno, con ayuda de su soldado principal: la televisión. Cualquier cosa que fuera disidente no tenía cabida, como fue mostrado durante la mañana del 3 de octubre, cuando las editoriales y los encabezados poco criticaban la actitud del ejército, y de hecho, algunos aplaudían la masacre de Tlatelolco. Con el paso de los años, y en el marco de la venta de empresas estatales, la “competencia” la dio Carlos Salinas Pliego, quién pronto diversificaría sus empresas de “abonos chiquitos”. La censura en la televisión era total. Y la disidencia nula. En el radio esta última poseía algunos medios: las radios comunitarias, pero también con las dificultades técnicas (y burocráticas, cuando eran legales). El gobierno siempre se la ingenió para poner censura en estos medios, ya sea a través de cierres de estaciones radiofónicas, ya sea a través de negar permisos. Ahora, en el ya avanzado siglo XXI, la Internet, y particularmente las redes sociales, se convierten en el sexto poder de un Estado, en un poder que se ha manifestado ya en el África del Norte, en Europa, en todo el mundo, un poder que no había existido nunca, y que le permite a cualquier ciudadano de a pie, decir lo que quiera a través de la gran red universal. Lo anterior no es menos, se trata de por primera vez en siglos, la sociedad puede organizarse para poner en jaque a sus autoridades, desde la más alta, hasta la más baja. Hace pocos días en el noticiero de Carmen Aristegui se dio a conocer una investigación que acusaba al líder del PRI en el D. F. de trata de personas. El noticiario es excelente, pero en radio convencional no tiene la audiencia que quisiéramos. Lo que detonó la bomba, fue precisamente la difusión de esa noticia en las redes sociales. Es por eso que las leyes secundarias en telecomunicaciones permiten al gobierno desactivar la Internet si considera conveniente hacerlo. En México tal iniciativa pudiera parecer graciosa: para qué hacer eso en un país donde la gente no participa en su mayoría. Pero es que precisamente la cosa va por ahí. Cada vez es más el descontento de la población con sus autoridades; cada vez es más palpable la inflación en los bolsillos de la población. Por eso quieres desconectarnos. Las reformas estructurales del sexenio le darán a México el rostro del siglo XXI. En materia de comunicación y telecomunicación, la sociedad va perdiendo: cambiamos nuestra inteligencia en la catafixia, y nos quedamos En familia, con Chabelo