miércoles, 16 de abril de 2014

¿Quiere conservar su inteligencia independiente o pasa a la catafixia?


Cada época ha tenido sus propios medios, objetivos y objetos de censura. Diferentes instituciones, la ha ejercido hacia diferentes grupos de la sociedad. Durante muchos siglos, la Inquisición condenó la publicación de cientos de obras, cuya lectura resultaba peligrosa para el status quo del momento. Y eso que los libros llegaban a un reducido número de personas… Posteriormente, en los siglos XVIII, XIX y XX, la prensa cobró tal importancia que fue denominada el cuarto poder. Durante el siglo XIX, la prensa fue el instrumento de discusión política y convencimiento; durante todo el siglo XX, la prensa resultó un elemento positivo o negativo para los gobiernos. Los dueños del poder político apapacharon o destruyeron la prensa que les era útil o no. Para el último tercio del siglo XX (que en términos de historia de la tecnología podría ser el principio del siglo XXI), la televisión fue el instrumento que los dueños del poder político, ahora junto con los del poder económico, utilizaron para crear la imagen de buen gobierno, a través de la construcción ideal de un buen régimen, avalado en noticieros, programas de entretenimiento, telenovelas, etcétera; y a través de la distracción teledirigida de una sociedad cada vez más carente de valores como la solidaridad, el respeto, la unión, el trabajo solidario. El arquitecto del emporio televisivo hasta ahora más grande, Emilio Azcárraga Milmo, se declaró en su momento “soldado del PRI y del presidente”. Y el mencionado empresario no sólo poseía el entonces monopolio televisivo, sino que más del 50% de la radiodifusión en el país, es decir, tenía los medios de comunicación en su poder. ¿Para qué sirven los medios? Si la prensa fue el cuarto poder, la televisión y la radio se convirtieron en el quinto. Es decir, si bien la opinión pública no estaba (ni está actualmente) representada en los medios electrónicos (T.V. y radio), estos medios sí formaban esa opinión pública. Tal parece que el magnate de los medios de comunicación había aprendido lo suficiente de Joseph Goebbels. De esta manera, la realidad era construida por el gobierno en turno, con ayuda de su soldado principal: la televisión. Cualquier cosa que fuera disidente no tenía cabida, como fue mostrado durante la mañana del 3 de octubre, cuando las editoriales y los encabezados poco criticaban la actitud del ejército, y de hecho, algunos aplaudían la masacre de Tlatelolco. Con el paso de los años, y en el marco de la venta de empresas estatales, la “competencia” la dio Carlos Salinas Pliego, quién pronto diversificaría sus empresas de “abonos chiquitos”. La censura en la televisión era total. Y la disidencia nula. En el radio esta última poseía algunos medios: las radios comunitarias, pero también con las dificultades técnicas (y burocráticas, cuando eran legales). El gobierno siempre se la ingenió para poner censura en estos medios, ya sea a través de cierres de estaciones radiofónicas, ya sea a través de negar permisos. Ahora, en el ya avanzado siglo XXI, la Internet, y particularmente las redes sociales, se convierten en el sexto poder de un Estado, en un poder que se ha manifestado ya en el África del Norte, en Europa, en todo el mundo, un poder que no había existido nunca, y que le permite a cualquier ciudadano de a pie, decir lo que quiera a través de la gran red universal. Lo anterior no es menos, se trata de por primera vez en siglos, la sociedad puede organizarse para poner en jaque a sus autoridades, desde la más alta, hasta la más baja. Hace pocos días en el noticiero de Carmen Aristegui se dio a conocer una investigación que acusaba al líder del PRI en el D. F. de trata de personas. El noticiario es excelente, pero en radio convencional no tiene la audiencia que quisiéramos. Lo que detonó la bomba, fue precisamente la difusión de esa noticia en las redes sociales. Es por eso que las leyes secundarias en telecomunicaciones permiten al gobierno desactivar la Internet si considera conveniente hacerlo. En México tal iniciativa pudiera parecer graciosa: para qué hacer eso en un país donde la gente no participa en su mayoría. Pero es que precisamente la cosa va por ahí. Cada vez es más el descontento de la población con sus autoridades; cada vez es más palpable la inflación en los bolsillos de la población. Por eso quieres desconectarnos. Las reformas estructurales del sexenio le darán a México el rostro del siglo XXI. En materia de comunicación y telecomunicación, la sociedad va perdiendo: cambiamos nuestra inteligencia en la catafixia, y nos quedamos En familia, con Chabelo

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