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El pulpo del patriarcado, ensayo sobre el libro El triunfo de la masculinidad, de Margarita Pisano.


En este texto la autora aborda diferentes temas, partiendo de la idea de que la masculinidad, como sistema, ha sabido adaptarse a los distintos tiempos. Esta masculinidad es una supraideología que ha colocado a los varones por encima de las mujeres, estigmatizándolas a ellas cuando se apropian de la capacidad de pensar, “que les pertenece a ellos”. Esta capacidad de pensar ha sido estructurada y atrapada por los hombres.


La masculinidad, como sistema, se encuentra presente en todos los sistemas culturales, políticos, raciales y sexuales, lo que la convierten en una macrocultura, que se expande por distintos medios y se adapta. Esta adaptación permite creer que muchos de los logros conquistados por el feminismo no son realmente para las mujeres, sino que son adecuaciones que el sistema masculinista hace para seguir en un proceso de dominación. Por ejemplo, la entrada de las mujeres al trabajo asalariado podría suponer una especie de emancipación, sin embargo, ese acceso le otorga la doble jornada de trabajo, ya que tiene que seguir cumpliendo, también, con sus ocupaciones del hogar. Para la autora, la mayor parte de los avances conseguidos por las mujeres han sido absorbidos, sin que esto haya modificado sustancialmente las relaciones entre los sexos, relaciones en constante fricción. Aunque hay espacios de poder ocupados por las mujeres, estos espacios siguen marcados por los varones, y por un ejercicio de poder de carácter masculino: violento, racista, sexista, clasista. Los espacios de la masculinidad y de la feminidad no son dos, sino uno, ya que la feminidad es creada y recreada por la masculinidad.[1] Y es por ello que plantea abandonar parte del cuerpo teórico producido por el feminismo, en este caso, el concepto de género.

Varios son los pilares que permiten que la masculinidad se sostenga, y que afectan en gran medida a las mujeres. Entre ellos, se encuentra el aspecto de la consanguinidad, que hace tener lealtades aun cuando no haya ningún tipo de entendimiento. Es la familia el microsistema que reproduce y legitima la subordinación de las mujeres, a través de la reproducción y el matrimonio; en ese espacio se asienta el orden simbólico de la feminidad. En la familia el cuerpo de transforma en un lugar político fundamental, donde se asientan los valores de la masculinidad. Ahí las mujeres adquieren el rol de cuidadoras, de educadoras, de acompañantes; su cuerpo de usa para el placer, la reproducción y el trabajo. En la familia el cuerpo de las mujeres se asigna a determinados espacios, desde donde se les controla. Y un elemento de control sobre el cuerpo de las mujeres es el que tiene que ver con la reproducción. Desde la familia hasta el Estado se interviene sobre la reproducción. En el caso de este último, la autora menciona que la aprobación del aborto se da de acuerdo a sus propias visiones: ante un aumento poblacional, se permite el aborto; ante un descenso poblacional, se promueven políticas de natalidad, de esta manera el cuerpo de las mujeres es usado a conveniencia del sistema masculinista.

Y en el cuerpo también se dan las emociones, que también son recreadas por esta dominación masculina. En este sentido el amor, el enamoramiento y la culpa contribuyen a la dominación masculina.

Para la autora, la incorporación de las mujeres al ámbito deportivo (boxeo y fútbol) y al ejército es un ejemplo de la inserción de las mujeres en los espacios demarcados, conformados y gesticulados por la masculinidad.

La masculinidad, en el sentido en que la autora la aborda, se encuentra presente en todos los espacios de socialización, desde lo micro, hasta lo macro. Atendiendo al modelo ecológico de Brofenbrenner[2], se puede observar que la masculinidad está en lo micro, meso, exo y macrosistémico, es decir, desde la familia hasta la nación, pasando por la escuela, el trabajo, la comunidad, la religión, las leyes. En cada uno de estos sistemas las prácticas socioculturales establecidas colocan a los hombres por encima de las mujeres, resaltando valores y atributos de ellos, minimizando y estigmatizando los de ellas.

Para Pisano, la larga lucha de pequeños avances del feminismo ha sido una larga lucha de fracasos. Considera que hay una crisis en el pensamiento feminista contemporáneo. Al respecto es importante hacer notar lo indispensable que es la mirada histórica, aquella que percibe cambios y continuidades en el tiempo corto, mediano o largo. Desde el tiempo histórico los procesos sociales son lentos. La democratización, la inclusión, la igualdad no son cosas que sucedan de la noche a la mañana, son precisamente procesos sociohistóricos que se van conformando a lo largo del tiempo. Considero que la autora pierde de vista la historicidad de los procesos sociales.

La autora comenta que las políticas dirigidas hacia las mujeres se construyen y sustentan desde los fundamentos y espacios masculinistas. Los triunfos del feminismo se construyen desde y en esos espacios, y por tanto no pueden ser referidos como triunfos propios. Es interesante esta postura, al hacer notar que aun con todos los avances en materia de igualdad y equidad, éstos no han logrado acabar con las fuertes distinciones genéricas entre hombres y mujeres. Estas últimas tienen el desafío de deconstruir esos espacios simbólicos en que la masculinidad las ha metido, ya que los análisis de género no han logrado develar y transformar esa realidad. También es importante mencionar que si bien el concepto de género, en tanto perspectiva de investigación, no ha logrado la plena visibilización de las desigualdades entre los sexos, tampoco ha sido del todo inútil su concepción, ya que ha permitido indagar en el estudio de la construcción de espacios y prácticas que les han sido asignadas a hombres y a mujeres. La autora señala que la idea de feminidad es una construcción simbólica diseñada y contenida en la masculinidad. Uno de estos espacios de la feminidad es el amor, de pareja, maternal, hacia los padres, pero nunca hacia una misma.

Pisano señala que por más libertarías que sean las ideas, si están elaboradas dentro de la estructura de la masculinidad, terminarán siendo opresoras (fascistas, sexistas, esencialistas y totalitarias). Y esta situación ha impedido al feminismo situarse como una propuesta civilizatoria de camio profundo. Dice la autora que “la gran mayoría de las corrientes feministas se han construido desde una posición servil de demandas y en constante espera de instalación, de reacomodo dentro de las estructuras de la masculinidad”.[3] Y esto Pisano le llama “las nostalgias de la esclava”, es decir, aquellas situaciones o espacios que las mujeres quieren ocupar porque no los han ocupado por estar reservados a los varones. Para la autora, la historia del feminismo está en manos del sistema. Esta afirmación, aunque pudiera ser cierta desde la perspectiva de la autora (un mundo masculino donde se insertan cosas femeninas) también desatiende los logros políticos que, aunque pocos y sistémicos, se han registrado a partir de los distintos movimientos feministas. Sin embargo, la autora considera que “el feminismo sucumbió en las arenas movedizas de la masculinidad”, lo que ha dado como resultado una “sucesión continua de olvidos y fracasos”. ¿Cómo leer los avances del feminismo si sigue existiendo tanta desigualdad? Y esta interrogante nos hace repensar si efectivamente ha habido avances en las reivindicaciones de las mujeres, o es que el sistema patriarcal-masculinista las ha absorbido e instalado de acuerdo a sus propias conveniencias. Y uno de los argumentos que da la autora es que las mujeres han estado en distintos ámbitos de poder, desde donde han podido cambiar las cosas y, sin embargo, las cosas siguen igual, y esto se debe a dos factores: esos ámbitos de poder son estructuralmente masculinos y no ha habido un cambio en el imaginario colectivo que permita reconstruir las relaciones entre hombres y mujeres de otra manera. Para Pisano, la incorporación a un mundo masculino es un fracaso, lo que coloca a las mujeres en un punto 0 de la lucha feminista.

“Si revisamos la larga trayectoria del feminismo como movimiento político y filosófico, nos sigue faltando el paso de liberación real para no repetir infinitamente a través de la historia, esta lucha prolongada que termina una y otra vez en el punto cero de que algo cambie, para que en el fondo nada cambie. En este punto cero, la única salida que tenemos es admitir nuestro fracaso, verlo con una perspectiva histórica, para abandonar de una buena vez la estrategia arribista de la masculinidad, de sumarnos a los que sustentan el poder”.[4]



La autora considera que hay diferentes feminismos y que es indispensable señalar límites no sólo entre ellos, sino también con el pensamiento masculino, desde donde se construye civilización, pero a costa de la exclusión, la explotación y la violencia, prácticas basadas en el dominio y ejercidas principalmente sobre las mujeres.

Debido a lo anterior es indispensable la construcción de espacios políticos propios, surgidos de la corporeidad de las mujeres, donde haya una resimbolización desde la propia experiencia de las mujeres. Para la autora establecer límites implica una construcción ética: qué se permite y qué no y por qué. Y estos límites deben partir del propio cuerpo de las mujeres, con todo lo que ello signifique y traiga. “... necesitamos una corporalidad política, un territorio de existencia demarcado, desde donde establecer nuestras propias propuestas políticas civilizatorias. El límite es un acto del pensar que construye éticas y libertades”.[5]

Respecto a las alianzas con los hombres, Pisano es muy clara: en la cultura masculinista las alianzas son un gesto ingenuo. Como individuos los varones pueden ser grandes aliados, pero no en lo colectivo, porque ahí es donde se maximizan todas las situaciones que colocan a las mujeres por debajo de ellos. Los espacios políticos, masculinos y masculinistas, deben ser sólo espacios de observación, se debe construir fuera del poder masculino. Las mujeres que participan en política se estructuran desde el reclamo y no desde el cambio del imaginario y la lógica patriarcal. Y en ello consiste el fracaso de las revoluciones de la modernidad, y en el caso de las mujeres, el fracaso de los movimientos feministas. Para Pisano el feminismo se ha reducido a una categoría de análisis; los nuevos feminismos han tenido un acomodo en el orden masculinista, y se ha dejado intacto el patriarcado. El acceso de las mujeres a las estructuras de poder no ha afectado ni modificado el sistema de dominio, cambian las relaciones de género pero no afecta la constitución de la masculinidad.

La apuesta de la autora es construir una nueva propuesta civilizatoria, que arranque de y desde las mujeres, que sea a partir de sus propios cuerpos que se elaboren todas las prácticas socioculturales de la nueva civilización. Pararse en la otra esquina, construir desde la frontera, estableciendo pactos entre mujeres que se sostengan en sistemas de ideas que surjan de ellas mismas, alejadas de los proyectos de la masculinidad. Tener un gesto de movilidad al pasar del feminismo oficial a un feminismo ético, creado a partir de la propia corporeidad de las mujeres, que permita crear una sociedad basada en la colaboración y no en el dominio.

La propuesta es atrayente. Los valores y las visiones del mundo construidas desde la masculinidad no han dado resultados exitosos en las relaciones entre los sexos. Una propuesta surgida desde la propia experiencia de las mujeres es indispensable y necesaria en un mundo donde las violencias masculinas siguen construyendo las relaciones sociales.

La lectura de este texto de Margarita Pisano invita a los varones a indagar sobre esos espacios que hemos construido como masculinos, reconocer las desigualdades que ahí se dan, reconocer la responsabilidad en la generación de la desigualdad al realizar ciertas prácticas y discursos que nos otorgan privilegios por encima de ellas. Indudablemente el ejercicio de las violencias, en sus distintas formas y en sus distintos espacios, es masculino. Transformar esa masculinidad violenta, hegemónica por estar presente en distintos tiempos y espacios, es un reto de los varones.

Héctor García Montiel

Bibliografía

Borfenbrenner, Urie, La ecología del desarrollo humano. Experimentos en entornos naturales y diseñados, (España: Paidos), 1987.

Pisano, Margarita, El triunfo de la masculinidad, edición digital en PDF, Fem-e-libros/creatividad feminista, 2004

Todas las imágenes extraídas de https://www.gettyimages.com.mx/

[1] Pisano, Margarita, El triunfo de la masculinidad, edición digital en PDF, Fem-e-libros/creatividad feminista, 2004, p. 5

[2] Urie Borfenbrenner, La ecología del desarrollo humano. Experimentos en entornos naturales y diseñados, (España: Paidos), 1987.

[3] Pisano (2004), p. 30

[4] Idem, p. 32

[5] Idem, p. 50.

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