viernes, 12 de noviembre de 2010

Angustias desde el desierto

Ahora me sigo preguntando: ¿Vale la pena pensar acerca de los que nos pasó y del por qué dejamos de pensarnos como responsables de la navegación?

A un amigo le pregunté:

¿Por qué crees que estás exento de buscar una salida a la situación en la que vivimos, acaso no te afecta, a caso los asesinatos de hombres y mujeres son nada para ti o son pura ficción barata de periódicos vendidos? ¿Qué clase de persona eres que esperas a que los demás hagan algo o te digan qué hacer?

Él me contestó: ¿a poco te crees todo lo que dice la prensa?,

Ahora, les preguntó:

¿Esta guerra es ficticia, es una mentira, puedo dormir tranquila pensando en que no pasará nada y que mi familia, mis amigos, mis compañeros no recibirán una bala perdida; es real que tenemos servicios de salud, tenemos educación, trabajo y los militares respetan mis derechos? ¿Puedo estar segura de que la violencia no nos alcanzará?

Al recorrer la ciudad de México por calles conocidas y desconocidas, me he preguntado, ¿es posible un cambio? Cuáles son las acciones concretas a seguir, qué propongo, qué proponen, son de las tantas preguntas con las que amanezco; es todo un reto individual y colectivo responderlas. México es una maquinaria que permanece anquilosada, desteñida, con las tuercas desgastadas, quienes la mueven lo hacen por inercia. En física se define la inercia como la propiedad de los cuerpos de no modificar su estado de reposo o movimiento si no es por la acción de una fuerza. Pero….

La fuerza colectiva

¿Qué nos pasará si no tomamos acciones concretas?, ¿acaso la Historia no nos ha enseñado nada, acaso los costos de una guerra no son suficientes para actuar? ¿Qué es la Historia , para qué la Historia ?

Recuerdo que en la escuela cuando nos preguntaban, qué estudia la Historia , con Historia mayúscula, algunos niños contestaban, “es la que estudia el pasado”, estaba de acuerdo; y para qué se estudia el pasado. La Historia es más que una simple narración de los hechos, es menos que una esfera que te dice el futuro; es la experiencia, ¿qué es la experiencia?, nos quedamos con esta definición: La experiencia es la práctica prolongada que proporciona conocimiento o habilidad para hacer algo. ¿Qué nos ha fallado como sociedad, como generación, entre generaciones? Comunicación y respeto, memoria. Por eso es tan importante pensar que la Historia como experiencia nos ha enseñado sobre los costos de una guerra de independencia, sobre los costos de una revolución mexicana, de leyes que permiten el asesinato de asesinos, violadores e inocentes, de leyes que encubren la corrupción, de políticas económicas que no funcionan para unos y para otros los fortalece, los costos de la moralidad que encarcela a las mujeres por decidir y conocer, pero la pregunta es, por qué la Historia no ha sido valorada como experiencia.

La historia y los historiadores, en este momento de la historia en México tenemos en nuestras manos una responsabilidad inmensa, compleja, añeja y que hoy ante las estadísticas pintadas con sangre resalta. Divulgar, difundir el conocimiento, para qué, para que la fuerza colectiva conociendo cómo funciona la maquinaria pueda incidir para evitar que el río de sangre –frase trillada pero muy real- tome otro cauce y termine por expandirse en cada rincón de este país.

Habría que detenerse por un momento y preguntarse, ¿quiénes nos tienes secuestrados, el narco, el ejército o la iglesia?; un gobierno débil, pusilánime, sin memoria, sin conocimiento, sin Historia, sin ética ha conducido esta máquina y la fuerza colectiva que pudiera cambiar el rumbo no existe. En México crecen niños que comen desayunos de chococrispis, charritos y otros alimentos chatarras que no nutren.

Parece superfluo y frívolo proponer como una posible salida la legalización de las drogas, esta propuesta no es simple, y sí, compleja, ya que intervienen las creencias, las ideologías, la religión, la educación, los derechos individuales, el derecho a la salud, la salud, el comercio, la venta, el consumo y sobre todo la decisión aplastante de la mayoría. A esta dificultad nos enfrentamos como ciudadanía, necesitamos pensar, reflexionar, conversar sobre la legalización de las drogas, la urgente situación que vive el país así lo requiere. Ahora, si estás de acuerdo con esta propuesta no es suficiente que lo estés, es necesario que informes al resto de la población qué son las drogas y lo qué se necesita para legalizarlas, es un posible recurso para evitar más asesinatos; y sólo sabremos si funciona o no ya estando en la práctica. Los costos han sido muchos. Algunos hemos coincidido en que para legalizarlas se necesita primero preparar a la ciudadanía, informando, luego legislar y crear las herramientas necesarias para su regulación; el problema es que ya no podemos seguir esperando.

Hay quienes les parece una propuesta a la ligera, apologista, amoral, anticristiana, anti… esta propuesta obedece a que día con día el aumento de muertos, mujeres y hombres va creciendo. Las últimas noticias son alarmantes; los que lo viven de cerca lo han relatado bajo toque de queda, no hay sirena que anuncie que todos deben quedarse en casa, ya es una regla, ya es un hábito no salir a ciertas horas fuera de casa.

La maquinaria del miedo que se ha construido, funciona y terminarán por arrebatarnos lo que es nuestro, la vida. Sigue el conteo de más asesinatos y no estamos pensando en qué necesitamos hacer para evitar que la sangre siga corriendo.

Norma Páez

jueves, 11 de noviembre de 2010

¿Hacia dónde vamos?

El día de hoy, jueves 11 de noviembre de 2010, una de las noticias de primera plana del diario La Jornada anuncia que Camargo y Mier, pueblos del estado de Tamaulipas, comenzaron un éxodo ante la amenaza de Los Zetas. Me permito transcribir una tercia de párrafos de la nota, que son el impulso de estas letras.
“Ayer, efectivos del Ejército Mexicano adscritos a la octava Zona Militar con sede en Reynosa arribaron a Mier y se encontraron con un panorama de abandono. En diez camionetas y con sus armas listas, los militares recorrieron las principales calles y confirmaron que gran parte de la zona donde habitaban las familias de clase media está vacía”.
“En Mier aún quedan habitantes. No se sabe cuántos, porque el censo del año 2000 del Inegi indicaba que había 6 mil 700 personas; en Tamaulipas se dice que son poco más de 900. De todos modos nadie sale a la calle ante la posibilidad de que Los Zetas los asesinen”.
“Ayer los soldados ordenaron a los pobladores que viven en extrema pobreza que desalojaran la ciudad, conformada por apenas 20 manzanas y que desde diciembre de 2007 fue declarada pueblo mágico”.

Qué está pasando en el país es una pregunta ya muy trillada, ya todo mundo sabe lo que está pasando. Pero ¿sabemos hasta dónde llegarán las cosas? El ejército, rebasado ante la capacidad mayor de los grupos delictivos, recomienda desalojar las zonas rojas. ¡Híjole! Pues mejor ya vamos transfiriendo la seguridad pública a los grupos armados que no son el ejército ni las policías. La situación en el norte del país está cada vez más de película de Robert Rodríguez o Quentin Tarantino: pueblos que se quedan vacíos por los vampiros que rondan a toda hora. Aún así, el gobierno federal sigue empecinado en su política bélica contra el narcotráfico. Agarrado de los más endebles argumentos sigue justificando su mala planeación con eso de “acabar con el crimen organizado”. Por lo menos el crimen tiene algo que le falta al gobierno: lo organizado.

La estrategia no está funcionando. La violencia se sigue desplazando a toda la geografía del país, ya no hay lugar exento de la guerra entre el gobierno y varios grupos, unos de narcotraficantes, otros simplemente delincuentes.

Toques de queda, patrullajes ininterrumpidos, pueblos tomados por el ejército, familias de desplazados (cómo si esto fuera la guerra de Chechenia) buscando donde estar a salvo de las amenazas y las intimidaciones. Los diversos actores sociales negados a hacer algo concreto para detener al presidente. Nadie se atreve a buscar en lo legal argumentos que permitan decirle a Felipe Calderón que los ciudadanos, por lo menos la mayoría, no estamos de acuerdo con sus políticas. Los reclamos al gobierno se presentan en amplios desplegados, donde el poder de los abajo firmante se queda en una inserción periodística. La sociedad organizada (en sindicatos, colegios de profesionistas, organizaciones, sociedades y asociaciones civiles, organizaciones académicas, etcétera) muestra su total desorganización ante problemas que deberían cohesionar… pero aquí, en México, todo tiende a lo contrario. El mismo día de hoy, el mismo diario, informa de disturbios en Londres por el alza de impuestos. Los disturbios fueron fuertes, radicales. Acá en México, nada moviliza a los ciudadanos, ya ni digamos los radicaliza: ni la muerte de bebes calcinados por incompetencias, ni la muerte de jóvenes confundidos con delincuentes, ni el abandono de mineros a su suerte en un derrumbe, ni un fraude electoral notorio, nada. Los problemas son del otro, del de la frontera, del vecino, de aquel que no conozco. Ya cuando maten a mi hermana o secuestren a mi hijo, me tocará participar.

¿Cómo hemos llegado a esta inercia social, a esta inmovilidad? La respuesta está en la historia, en nuestra historia, que ha conformado una sociedad apática, conformista, sin un verdadero compromiso en lo social, atrapada en un individualismo muy particular. Tal vez no se equivoquen quienes han escrito sobre “el mexicano”. Tal vez si seamos “hijos de la chingada”, de aquella que fue violentada y nos heredó un trauma genético psicosocial. ¿Por qué podemos explicar que en Francia, Alemania, Inglaterra o Argentina las situaciones de crisis sí despierten a la ciudadanía y en este país no? Vamos, cada quien tendrá su respuesta, el chiste es lanzarlas.

Propuestas: nada. Aquellos que tienen el poder en cualquier instancia (gobierno, academia, sindicatos, organizaciones sociales, etcétera) están más preocupados por conservar los pocos privilegios que les quedan y que, si las cosas siguen como van, pronto perderán. Aún así, con esa conciencia, la apatía crece, se expande, penetra, copta y capta más adeptos. Somos el país número uno en apatía social. Yo ya me dí cuenta que es inútil, aún así, las letras salen y sirven para ir calmando la impotencia que siento al verme tan lejano al poder, y por lo mismo, con pocas posibilidades de incidencia. Aún así, sigo sembrando, poniendo mi granito: a través de estos textos, a través del programa de radio, con pláticas con familiares, amigos y compañeros, sembrando, tal vez, inquietudes, rencores, malas leches, simpatías.

Mover la rueda del engranaje social de este país está en chino. Todos los engranes se encuentran oxidados, y los que parece que se pulen de vez en cuando, no permiten darle vuelta a la rueda porque están astillados.

Pero no importa, nuevamente viene el 20 de noviembre y los mexicanos, ante tanta tragedia, tenemos que festejar. Festejemos que tenemos un presidente que no sabe hacer las cosas, un presidente que escogieron muchos mexicanos, casi la mitad. Festejemos que ahora el ejército mata cuando vas en tu coche de vacaciones, cuando estás en fiestas con tus amigos universitarios, cuando realizas una protesta a favor de la paz. Festejemos, que lo único que le queda a esta sociedad mexicana es eso, la risa emanada de la fiesta, borrachera de alegría ante el desconocimiento, o la indiferencia, de la situación real del país.

Héctor García Montiel
11/11/2010
hegarmon@yahoo.com