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¿Hacia dónde vamos?

El día de hoy, jueves 11 de noviembre de 2010, una de las noticias de primera plana del diario La Jornada anuncia que Camargo y Mier, pueblos del estado de Tamaulipas, comenzaron un éxodo ante la amenaza de Los Zetas. Me permito transcribir una tercia de párrafos de la nota, que son el impulso de estas letras.
“Ayer, efectivos del Ejército Mexicano adscritos a la octava Zona Militar con sede en Reynosa arribaron a Mier y se encontraron con un panorama de abandono. En diez camionetas y con sus armas listas, los militares recorrieron las principales calles y confirmaron que gran parte de la zona donde habitaban las familias de clase media está vacía”.
“En Mier aún quedan habitantes. No se sabe cuántos, porque el censo del año 2000 del Inegi indicaba que había 6 mil 700 personas; en Tamaulipas se dice que son poco más de 900. De todos modos nadie sale a la calle ante la posibilidad de que Los Zetas los asesinen”.
“Ayer los soldados ordenaron a los pobladores que viven en extrema pobreza que desalojaran la ciudad, conformada por apenas 20 manzanas y que desde diciembre de 2007 fue declarada pueblo mágico”.

Qué está pasando en el país es una pregunta ya muy trillada, ya todo mundo sabe lo que está pasando. Pero ¿sabemos hasta dónde llegarán las cosas? El ejército, rebasado ante la capacidad mayor de los grupos delictivos, recomienda desalojar las zonas rojas. ¡Híjole! Pues mejor ya vamos transfiriendo la seguridad pública a los grupos armados que no son el ejército ni las policías. La situación en el norte del país está cada vez más de película de Robert Rodríguez o Quentin Tarantino: pueblos que se quedan vacíos por los vampiros que rondan a toda hora. Aún así, el gobierno federal sigue empecinado en su política bélica contra el narcotráfico. Agarrado de los más endebles argumentos sigue justificando su mala planeación con eso de “acabar con el crimen organizado”. Por lo menos el crimen tiene algo que le falta al gobierno: lo organizado.

La estrategia no está funcionando. La violencia se sigue desplazando a toda la geografía del país, ya no hay lugar exento de la guerra entre el gobierno y varios grupos, unos de narcotraficantes, otros simplemente delincuentes.

Toques de queda, patrullajes ininterrumpidos, pueblos tomados por el ejército, familias de desplazados (cómo si esto fuera la guerra de Chechenia) buscando donde estar a salvo de las amenazas y las intimidaciones. Los diversos actores sociales negados a hacer algo concreto para detener al presidente. Nadie se atreve a buscar en lo legal argumentos que permitan decirle a Felipe Calderón que los ciudadanos, por lo menos la mayoría, no estamos de acuerdo con sus políticas. Los reclamos al gobierno se presentan en amplios desplegados, donde el poder de los abajo firmante se queda en una inserción periodística. La sociedad organizada (en sindicatos, colegios de profesionistas, organizaciones, sociedades y asociaciones civiles, organizaciones académicas, etcétera) muestra su total desorganización ante problemas que deberían cohesionar… pero aquí, en México, todo tiende a lo contrario. El mismo día de hoy, el mismo diario, informa de disturbios en Londres por el alza de impuestos. Los disturbios fueron fuertes, radicales. Acá en México, nada moviliza a los ciudadanos, ya ni digamos los radicaliza: ni la muerte de bebes calcinados por incompetencias, ni la muerte de jóvenes confundidos con delincuentes, ni el abandono de mineros a su suerte en un derrumbe, ni un fraude electoral notorio, nada. Los problemas son del otro, del de la frontera, del vecino, de aquel que no conozco. Ya cuando maten a mi hermana o secuestren a mi hijo, me tocará participar.

¿Cómo hemos llegado a esta inercia social, a esta inmovilidad? La respuesta está en la historia, en nuestra historia, que ha conformado una sociedad apática, conformista, sin un verdadero compromiso en lo social, atrapada en un individualismo muy particular. Tal vez no se equivoquen quienes han escrito sobre “el mexicano”. Tal vez si seamos “hijos de la chingada”, de aquella que fue violentada y nos heredó un trauma genético psicosocial. ¿Por qué podemos explicar que en Francia, Alemania, Inglaterra o Argentina las situaciones de crisis sí despierten a la ciudadanía y en este país no? Vamos, cada quien tendrá su respuesta, el chiste es lanzarlas.

Propuestas: nada. Aquellos que tienen el poder en cualquier instancia (gobierno, academia, sindicatos, organizaciones sociales, etcétera) están más preocupados por conservar los pocos privilegios que les quedan y que, si las cosas siguen como van, pronto perderán. Aún así, con esa conciencia, la apatía crece, se expande, penetra, copta y capta más adeptos. Somos el país número uno en apatía social. Yo ya me dí cuenta que es inútil, aún así, las letras salen y sirven para ir calmando la impotencia que siento al verme tan lejano al poder, y por lo mismo, con pocas posibilidades de incidencia. Aún así, sigo sembrando, poniendo mi granito: a través de estos textos, a través del programa de radio, con pláticas con familiares, amigos y compañeros, sembrando, tal vez, inquietudes, rencores, malas leches, simpatías.

Mover la rueda del engranaje social de este país está en chino. Todos los engranes se encuentran oxidados, y los que parece que se pulen de vez en cuando, no permiten darle vuelta a la rueda porque están astillados.

Pero no importa, nuevamente viene el 20 de noviembre y los mexicanos, ante tanta tragedia, tenemos que festejar. Festejemos que tenemos un presidente que no sabe hacer las cosas, un presidente que escogieron muchos mexicanos, casi la mitad. Festejemos que ahora el ejército mata cuando vas en tu coche de vacaciones, cuando estás en fiestas con tus amigos universitarios, cuando realizas una protesta a favor de la paz. Festejemos, que lo único que le queda a esta sociedad mexicana es eso, la risa emanada de la fiesta, borrachera de alegría ante el desconocimiento, o la indiferencia, de la situación real del país.

Héctor García Montiel
11/11/2010
hegarmon@yahoo.com

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